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NUESTRO GUSTO ES SERVIRLES



Aunque servir ya no está de moda, sin embargo, un buen servicio es irresistible.
Hace unas pocas semanas en un pequeño y acogedor restaurante de Bogotá, al despedirme de la encargada agradeciéndole lo bien que nos habían atendido, llamó mi atención su respuesta: "Nuestro gusto es servirles", me dijo con una sonrisa amable. Lo decía con un tono tan verdadero que persuadía de que no se trataba de una mera frase hecha, sino que - como habíamos podido comprobar - quienes llevaban aquel restaurante disfrutaban realmente si conseguían que sus clientes estuvieran a gusto. Dándole vueltas en mi cabeza a aquella frase, caí en la cuenta de que en nuestro país no está de moda la palabra "servicio", aunque a todos nos encante - como me pasó a mí en aquel restaurancito al pie de los cerros de Bogotá - encontrarnos con personas serviciales.
Cuando a principios de los ochenta la British Airways quería relanzar su actividad, el consejo de administración contrató para dirigir la compañía a Colin Marshall, procedente de Sears, precisamente porque, aunque no tenía experiencia en el negocio aéreo, sostenía que la clave estaba en el servicio. De hecho, fue él quien acuñó aquel hermoso lema de la British Airways, To fly, to serve, "Volar para servir", ahora ya en desuso. En este mismo sentido, me pasaba ayer un colega unas sabias declaraciones del ex presidente de Hewlett Packard en España, Juan Soto, encabezadas por el titular - extraído de sus palabras - "Liderar es querer servir", que es una versión más general de aquel antiguo lema de la compañía aérea.
El servicio es cosa de todos.
Me parece que la palabra "servicio" no está ya en boga, porque el servicio ha sido malentendido como servilismo, como aquella actitud pasiva y complaciente del esclavo, del siervo de la gleba, manipulado despóticamente por su amo. "Más vale morir de pie que vivir de rodillas", repite por doquier el grito revolucionario. Sin embargo, la igual dignidad de todos los ciudadanos, la igualdad ante la ley de todos los españoles - que, por supuesto, son valores democráticos inalienables - no tienen relación ninguna con la necesidad de que en nuestras organizaciones sociales y empresariales y, muy en particular, en la vida familiar, nos sirvamos unos a otros. Las comunidades humanas sólo funcionan bien, sólo logran su fin, cuando cada uno, comenzando por los que están más arriba, pone lo propio, lo personal, al servicio de la comunidad, al servicio de quienes de ellos dependen o de quienes simplemente están a su lado.
No se trata de pedir a todos el heroísmo de la Madre Teresa de Calcuta, pero sí que ha de poder exigírsenos a cada uno el buen ejercicio de nuestro trabajo, con eficiencia y buenos modales, con una sonrisa amable para todos. A fin de cuentas, el servirse unos a otros es una traducción práctica del mandamiento cristiano del amor, pero es también la condición vital del desarrollo de una genuina sociedad democrática. Sólo puede una sociedad florecer si sus miembros en sus diferentes ámbitos y funciones se sirven unos a otros. Basta con pensar en la propia comunidad de vecinos para persuadirse de que esto es así. Cuando en una cuestión debatida un vecino aporta lealmente su experiencia profesional suele ser fácil que se adopte pronto una decisión satisfactoria. Si, en cambio, los vecinos rehúyen comprometerse en la gestión del bien común, los problemas fácilmente se eternizan y las relaciones personales con frecuencia se deterioran.
En el ámbito familiar.
Para un profesor universitario resulta fácil entender la importancia del servicio, pues nuestro trabajo tiene tradicionalmente "tres patas": docencia, investigación y servicio. Por servicio se entienden todas aquellas tareas que no son docencia ni investigación y que ocupan a menudo tantas horas de nuestra jornada. Van desde la participación en órganos de gobierno y comités de todo tipo, hasta la evaluación del trabajo de nuestros colegas y el servicio a la comunidad extrauniversitaria, pasando por todas aquellas tareas que quizá parecen menores y que consisten básicamente en ayudar y acompañar a unos y a otros.
La actitud permanente de servicio es todavía más esencial en las familias. Realmente una familia es aquel ámbito en el que sus miembros se sirven unos a otros sin reclamar nada a cambio; es un espacio en el que lo natural, lo normal, es servir. Las familias en las que marido y mujer, padres, hijos y abuelos, se sirven unos a otros crecen indefectiblemente. Habrá altibajos e incluso conflictos, pero la cohesión que crea el mutuo servicio es difícilmente destructible.
Sin embargo, el punto que quería destacar es que al servicio realizado ha de corresponder siempre la expresión de un agradecimiento verdadero: no basta con el simple pago de la cantidad convenida, ni siquiera aunque vaya acompañado de una buena propina. Hemos de aprender a regalarnos unos a otros siempre la gratitud por el servicio prestado, pero todavía es mejor - como hacía la encargada de aquel restaurante de Bogotá - descubrir que realmente nuestro gusto es servir a los demás.

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