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CON PLACER

Cuando hice mi tesis de licenciatura en Periodismo sobre los procesos de recepción de la comunicación de masas, mi vida dio un vuelco porque aprendí algo muy importante: es el receptor quien, con su lectura, termina de construir el mensaje. El mensaje sólo existe realmente en la mente del lector, una vez que lo ha pasado por su filtro psicológico personal.

Esa cura de humildad le vendría muy bien a un montón de periodistas y publicistas, que se creen con la capacidad de manipular el mundo. Y a un montón de lectores que creen que su interpretación es lo que el otro ha dicho. En realidad, que haya comunicación verdadera entre dos personas es algo mucho más milagroso de lo que nos imaginamos.

Mi tesis se llamó “Desde el otro lado”, porque era una aproximación a la comunicación de masas desde el lado del receptor, de la audiencia. Un enfoque postmoderno que me abrió la mente para siempre, y que nunca imaginé que años más tarde me serviría para el otro momento más grande de mi vida: la maternidad.

En realidad, sirve para todo tipo de relaciones humanas: para tener la capacidad de ponernos en el lugar del otro, del bebé, de nuestra pareja, de nuestros amigos, de nuestros compañeros de trabajo, incluso de nuestros jefes :-) Lo que en sociología se llamó "la vuelta del sujeto": el reconocimiento del OTRO como principio epistemológico.

Para entender el funcionamiento de las audiencias de la comunicación de masas, un concepto era mprescindible: el de PLACER. Las grandes masas no hacen un uso intelectual de los medios de comunicación, hacen un uso lúdico, cotidiano, placentero. Nunca podremos entender cómo funciona en realidad un producto masivo (por ejemplo, las telenovelas o los videojuegos) sino nos bajamos del pedestal "intelectual" y re-valorizamos el concepto de placer y la importancia que tiene en nuestras vidas.

El PLACER ha sido una cualidad humana reprimida y despreciada a lo largo de toda la civilización. Hoy, la psicología de las emociones y la neurobiología empiezan, por fin, a hacerle justicia. Los placeres, junto con las emociones y los sentimientos, han sido reprimidos, menospreciados y considerado "inferiores" frente a cualidades supuestamente más "elevadas" como la razón, el intelecto, la valentía, el honor o el deber.

El placer es en realidad el mecanismo que autorregula nuestras vidas, y que por oposición al dolor, nos indica o nos deberia indicar (en condiciones ideales no perturbadas por demasiado sufrimiento previo) lo que es conveniente para nosotros. La oxitocina, la prolactina, las serotoninas, los neurotransmisores del placer, guían nuestra conducta, de ahí que su privación primaria nos convierta en seres adictivos de por vida.

La civilización occidental, patriarcal, violenta y de dominación, ha reprimido el placer vital desde el mismo momento del nacimiento, porque es el único modo de romper nuestros mecanismos de autorregulación vitales, y de convertirnos en mano de obra barata, en soldados dispuestos a luchar por un "ideal" o en sacrificados al servicio de Dios, del capital, de las oligarquías, del consumo, de las "causas" o de las ideologías dominantes.

La energía vital, la libido, la capacidad de sentir placer, de construir nuestra personalidad desde el DESEO, es algo que no contemplan la mayoría de los sistemas educativos ni de crianza. "La letra con sangre entra", el autoritarismo, el "por tu propio bien" ha sido la base sobre la cual educamos, formamos y construimos la humanidad generación tras generación.

Recuperar el placer corporal, la energía sexual (y vital que es la misma), la conexión con nuestros mecanismos autorreguladores nos permite pensarnos desde adentro, desde nuestra autenticidad, integridad y dignidad básicas. Pasa por abandonar el autoritarismo, los métodos conductistas y considerar los DESEOS DE LOS NIÑOS Y SUS NECESIDADES EMOCIONALES como algo tan digno de tener en cuenta como sus necesidades fisiológicas (de comida, higiene, sueño, etc.).

"Los bebés y los niños piden lo que necesitan, y muchas veces, muchas, piden también lo que NO (eso lo sabemos absolutamente todas).  Sólo hay que conocer a tu hijo para saber si su lloro es por necesidad (le duele algo, le molesta algo, etc…) o por llamar la atención y que estés pegado a él todo el día." afirman algunas madres o padres, defendiendo por ejemplo, el uso del método Estivill.

No puedo estar más en desacuerdo: recibir atención y compañía, tanto de día como de noche, es para los bebés y niños una necesidad tan fundamental como el hambre o el dolor físico. Reducir el concepto de "necesidad" a las necesidades fisiológicas más elementales es obviar todo el mundo emocional de los niños pequeños. Ya lo dijo el psicólogo Abraham Maslow hace mucho tiempo en su famosa pirámide de las necesidades humanas: la necesidad de ser amado y aceptado es tan importante como la necesidad de comer en los humanos.

¿Quién decide qué es una necesidad y que no lo es? Es ya difícil para nosotros mismos diferenciar entre lo que es una necesidad y un deseo (esos zapatos que acabas de comprarte, ¿eran una necesidad o un deseo?), ¿cómo juzgar entonces lo que no es una necesidad para un bebé recién nacido o para un niño muy pequeño?

Los bebés no tienen caprichos, tienen deseos. Igual que los adultos. A los adultos también nos gusta que nuestra pareja nos acompañe a comer o a dormir. ¿O consideramos un "capricho" que nuestro marido quiera dormir con nosotras, o que nos pida una caricia?

A mí me parece importante COMPLACER ciertos deseos de mi hija, en realidad complazco la mayoría que puedo, porque me parece importante no menospreciar sus emociones, sus mecanismos de PLACER. Que los construya según sus propios deseos y no según los míos. Desde ella misma, que aprenda a escucharse a sí misma y que sus instintos son correctos y dignos de ser tenidos en cuenta. Creo interesante cambiar el lenguaje, y hablar de deseos y placeres, no de caprichos.

Los seres humanos al nacer nos movemos por el principio del placer. La naturaleza ha previsto que aquello que necesitamos sea PLACENTERO PARA NOSOTROS: mamar, comer, dormir, defecar... y también estar acompañados y protegidos por nuestros padres, familia y tribu, porque solos no podemos sobrevivir. Somos mamíferos: nacemos en la intimidad, mamamos, y nos acurrucamos.

La educación, tal como la ha entendido la sociedad patriarcal desde hace unos 5 ó 6 milenios, se basa en la represión y en la negación de ese placer desde el mismo momento del nacimiento. No queremos saber ni siquiera que existe. No lo nombramos. No lo reconocemos en nuestros hijos, como mismo no lo reconocieron con nosotros. Y ello -¡vaya falacia!- no es para hacer a los niños más "independientes", sino para hacerlos precisamente más "disciplinados", más MANIPULABLES.

La seguridad, la autoestima, la independencia real cuando el niño sea adulto, la entereza, la dignidad,  se crea a partir de unos sólidos vínculos afectivos en la infancia, de la seguridad y la confianza que cobramos en la humanidad a través de la confianza que construimos con nuestros adultos de referencia. "Los niños depositan toda su confianza en nosotros porque nos aman y nos necesitan. Romper esa confianza no disminuye su amor por nosotros, pero sí su fe en ellos mismos", afirma la psicóloga Eva Drake en el Psicotaller.

A mí me parece muy liberador -la única revolución en que hoy puedo confiar- cambiar la educación y la crianza hacia el PLACER, abrirnos nosotros mismos al placer. De hecho me parece la única manera de romper el patriarcado, el autoritarismo, y de quitarnos de encima, sino todos, por lo menos una buena parte de los malestares psiquicos que tenemos.
 
Es cierto que a veces dos deseos o placeres diferentes no pueden coexistir, entran en conflicto. Es lo que Laura Gutman define como violencia. Efectivamente, cuando una persona tiene que renunciar a su deseo para que se cumpla el del otro, uno de los dos tiene que ceder, generalmente el más maduro, generoso y bondadoso, para que no haya violencia, manipulación, imposición.
 
En la medida que nuestra capacidad de DAR, nuestra generosidad, nuestro espacio psíquico aumenta, menos violentos nos vemos obligados a ser, más capacidad tenemos para convivir con los deseos de los otros.
 
Además, a veces hay deseos que humanamente no pueden ser complacidos. Muchos, quizás la mayoría. ¿Entonces para qué aumentarlos? ¿Sólo para "que aprendan"? ¿No son ya suficientes todas las veces que inevitablemente vamos a tener que decir NO?

A las personas que uno ama, se las complace. A todas, también y con más razón a los niños pequeños. Duermo contigo, hija mía, porque te complazco, y me complace. Te doy de mamar, porque te complazco, y me complace. Estoy contigo y te acompaño, hasta donde puedo, porque te complace y me complace. Y si no lo hago más, es porque no puedo o no sé más, no porque tú no lo necesites ni lo merezcas. Por lo menos lo intento.


Placer y complacer. La única fórmula contra la dominación, la sumisión y el autoritarismo. La única forma de abrirnos a los otros, no ya por ética, ni por deber, ni por valores, ni mucho menos por hipocresía, sino porque nos nace de adentro, de las tripas. La única forma de sanarnos, de conectar con nuestra esencia, y de poder dispensar amor hacia quienes queremos

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